Los Jardines De Luz, стр. 47

Epilogo

El monarca se nego a que el cuerpo de Mani fuera entregado a los suyos, por miedo a que su sepultura se convirtiera en un lugar de peregrinacion; ordeno tambien que antes de hacer desaparecer su cadaver, lo embalsamaran y, desnudo para que se le reconociera por su pierna torcida, lo colgaran a la entrada de Beth-Lapat, a fin de aportar a todos la prueba de su muerte.

Pero el lienzo de muralla se convirtio en lugar de peregrinacion, gigantesca lapida sepulcral de la que era imposible arrancar la sombra del Mensajero. Y para desafiar a la muerte, los fieles se juraron no llamarle ya de otro modo que «Mani-Hayy», Mani el Vivo, terminos que se volvieron inseparables en sus relatos y en sus oraciones, hasta tal punto que los griegos solo oian una unica palabra que transcribieron como «Manichaios». Otros decian «Maniqueas» o tambien «Maniqueo».

?Deformaron su nombre?

?Si no fuera mas que eso!

De sus libros, objetos de arte y de fervor, de su fe generosa, de su busqueda apasionada, de su mensaje de armonia entre los hombres, la naturaleza y la divinidad no queda ya nada.

De su religion de belleza, de su sutil religion del claroscuro solo hemos conservado estas palabras: «maniqueo», «maniqueismo», que en nuestras bocas se han convertido en insultos. Y es que todos los inquisidores de Roma y de Persia se aliaron para desfigurar a Mani, para destruirle. ?En que era tan peligroso para tener que perseguirle asi hasta en nuestra memoria?

«He venido del pais de Babel -decia-, para hacer resonar un grito en todo el mundo.»

Su grito se oyo durante mil anos. En Egipto se le llamaba «el apostol de Jesus»; en China le denominaban «el Buda de Luz»; su esperanza florecia al borde de los tres oceanos. Pero pronto llego el odio, el ensanamiento. Los principes de este mundo le maldijeron, para ellos se convirtio en «el demonio mentiroso», «el recipiente rebosante de Mal» y, en su furor, tambien le llamaban «el maniaco»; su voz era «un perfido encantamiento»; su mensaje, «la innoble supersticion», «la pestilente herejia». Luego, las hogueras cumplieron su cometido, consumiendo en un mismo fuego tenebroso sus escritos, sus iconos, a los mas perfectos de sus discipulos y a aquellas altivas mujeres que se negaban a escupir sobre su nombre.

Este libro esta dedicado a Mani. He querido contar su vida, o lo que aun puede adivinarse de ella despues de tantos siglos de mentira y de olvido.