Gaspar, Melchor y Baltasar, стр. 28

Taor, principe de Mangalore

LA EDAD DEL AZUCAR

Siri Akbar lucia su sonrisa ambigua -entre zalamera e ironica- poniendo en manos del principe Taor un cofrecillo de sandalo con incrustaciones de marfil.

– Aqui teneis, Senor, el ultimo regalo que te hace el Occidente. Ha viajado tres meses para llegar hasta ti.

Taor cogio el cofrecillo, lo sospeso, lo observo y se lo acerco a la nariz.

– Es ligero, pero huele bien -sentencio.

Luego lo hizo girar entre sus manos, comprobo que un grueso sello de cera mantenia cerrada la tapa.

– Abrelo -dijo, tendiendolo a Siri.

Con el puno de la espada el joven dio varios golpecitos en el sello, que se partio y cayo convertido en polvo. La tapa pudo levantarse sin dificultad. La cajita volvio a las manos del principe. En el interior no habia casi nada: en un recipiente cuadrado, un cubo de una sustancia blanda y glauca, cubierto por un polvo blanco. Taor lo cogio delicadamente entre el pulgar y el indice, lo levanto hacia la luz y por fin se lo acerco a la nariz.

– Evidentemente, el olor es el del cofrecillo, sandalo; el polvo es azucar pulverizado; ese color verde recuerda al pistacho. ?Y si lo probara?

– No es prudente -objeto Siri-. Deberias hacer que lo probase un esclavo.

Taor se encogio de hombros.

– No quedaria nada.

Luego abrio la boca e introdujo en ella la diminuta golosina. Con los ojos cerrados, espero. Por fin la mandibula se agito lentamente. No podia hablar, pero sus manos se agitaban para expresar su sorpresa y su placer.

– Desde luego es pistacho -termino por articular. -Llaman a eso un Rahat-lukum -preciso Siri-. Lo cual quiere decir en su lengua «felicidad de la garganta». Debe de tratarse, pues, de un Rahat-lukum de pistacho.

El principe Taor Malek apreciaba por encima de todo el arte de la pasteleria, y de todos los ingredientes utilizados por sus reposteros preferia los granos de pistacho. Incluso habia hecho plantar en sus jardines un bosque de alfoncigos al que dedicaba toda su solicitud.

Indiscutiblemente, el pistacho estaba alli, incorporado al espesor blando y de un verde turbio del cubito aderezado con azucar en polvo. ?Incorporado? ?Mas bien exaltado, magnificado! Aquel misterioso Rahat-lukum -puesto que tal era su nombre-, venido de los confines del poniente, era la ultima etapa del culto del pistacho, un pistacho llevado mas alla de si mismo, en resumen, la flor y nata del pistacho…

El candido rostro de Taor delataba la mas viva de las emociones.

– ?Hubiera tenido que ensenarselo a mi confitero mayor!

Tal vez hubiera sabido…

– No lo creo -dijo Siri, sin dejar de sonreir-. Es una clase de golosina que no se parece a nada de lo que hacen aqui, completamente nueva.

– Tienes razon -admitio el principe, consternado-. Pero, ?por que solo han enviado un unico ejemplar? ?Quieren exasperarme? -pregunto con un mohin de nino que estaba a punto de romper a llorar.

– No hay que desesperarse -dijo Siri, que de pronto se puso serio-. Podriamos reunir lo poco que sabemos de este cofrecillo y de su contenido, y enviar un mensajero a Occidente con la mision de que nos trajese la receta del Rahat-lukum de pistacho.

– ?Si, muy bien, hagamos eso! -aprobo Taor rapidamente-. Pero que no traigan tan solo una receta. Que vuelvan con todo un cargamento de… ?como dices que se llama?

– Rahat-lukum de pistacho.

– Eso. Encuentrame un hombre de confianza. No, dos hombres de confianza. Dales plata, oro, cartas de recomendacion, todo lo que necesiten. Pero, ?cuanto tiempo van a necesitar?

– Hay que esperar al monzon de invierno para la ida, y aprovechar el monzon de verano para volver. Si todo va bien, volveremos a verles dentro de catorce meses.

– ?Catorce meses! -exclamo Taor horrorizado-. Sera mejor que vayamos nosotros mismos.

Taor tenia veinte anos, pero el principado de Mangalore, situado en la costa de Malabar -parte sudoriental de la peninsula del Decan- estaba gobernado por su madre desde la muerte del maharaja Taor Malar. Pero hubierase dicho que en la maharani Taor Mamore la aficion al poder iba en aumento a medida que se iba desvaneciendo su hermosura antano radiante, y que lo que mas la preocupaba era mantener al principe heredero apartado de los asuntos del reino, que ella aspiraba a gobernar sola. Para mejor conseguir sus fines, habia elegido para su hijo un companero cuyos padres eran hechuras suyas, y que cumplia celosamente la mision que ella le habia asignado. Con el pretexto de acceder a los menores deseos del adolescente y de poner todo su empeno en que fuera feliz, le mantenia sumido en preocupaciones de una frivolidad total, todas propias para favorecer su pereza, su sensualidad y sobre todo la aficion inmoderada por los dulces, que habia manifestado desde su mas tierna edad. Esclavo ambicioso que solo se movia por la esperanza de convertirse en liberto y de tener una fulgurante ascension en la corte, Siri Akbar era un joven frio e inteligente, pero seriamos injustos exagerando la parte de doblez que habia en su docilidad respecto a la maharani y su abnegacion corruptora respecto a Taor. No carecia de sinceridad e incluso de cierta candidez, y a su manera amaba a la soberana y a su hijo, porque su mente no distinguia la voluntad de poder de la primera, la aficion a las golosinas del segundo y su propia ambicion, que le ordenaba someterse a la una y a la otra. En verdad el alma de los habitantes de Mangalore estaba extremadamente simplificada por el aislamiento en el que los confinaban el mar y los desiertos que formaban las fronteras del principado. Y asi en el momento en que comienza esta historia, el principe Taor no solo no habia salido nunca de su reino, sino que raramente se habia aventurado fuera de los limites de los jardines del palacio.

En cambio, Siri se dedicaba a mantener relaciones comerciales con lejanas factorias para satisfacer la curiosidad y el desmedido amor a la pasteleria de su amo. Era el quien habia comprado a unos navegantes arabes aquel cofrecillo que contenia un unico Rahat-lukum, y no permitio que volviesen a hacerse a la mar sin haber hecho que embarcaran dos hombres suyos encargados de aclarar el misterio de aquel pequeno dulce oriental.

Pasaron meses. El monzon del noreste que se habia llevado a los viajeros, dejo su lugar al monzon del suroeste, que los devolvio. No tardaron en presentarse en palacio. ?Ay, no traian ni Rahat-lukum ni receta! Habian recorrido en vano la Caldea, la Asiria y la Mesopotamia. ?Hubiera sido necesario ir mas hacia el oeste, llegar hasta la Frigia, luego dirigirse hacia e! norte, hacia la Bitinia, o por el contrario seguir decididamente el camino del sur, el de Egipto? La sujecion que les hacia depender del regimen de los monzones les habia obligado a hacer una dificil eleccion. Prolongar sus busquedas hubiera hecho que no llegaran a tiempo de aprovechar la unica estacion en la que los vientos son favorables para volver a la costa de Malabar. Aquello hubiese significado un ano de retraso. Tal vez hubieran impuesto este plazo al principe Taor de encontrarse con las manos vacias. Pero no era tal el caso, ni mucho menos. Porque habian tenido extranos encuentros en las tierras aridas de Judea y en los montes desolados de Neftali. Aquellos confines antano vacios de habitantes, desde hacia poco tiempo abundaban en anacoretas, estilitas y profetas solitarios, vestidos con pieles de camello y provistos de cayados de pastor. Se les veia salir de sus cavernas con la mirada ardiente en medio de la espesura de los cabellos y la barba, e increpar a los viajeros anunciando el fin del mundo, y ofreciendose a orillas de los lagos y de los rios para banarles con objeto de limpiar sus pecados.

Taor, que habia estado escuchando distraidamente aquellas noticias para el ininteligibles, empezo a impacientarse. ?Que tenian que ver aquellos salvajes del desierto con el Rahat-lukum su receta?

Precisamente, afirmaron los viajeros, habia entre ellos quienes profetizaban la invencion inminente de un manjar trascendente, tan bueno que saciaria para siempre, tan sabroso que aquel que lo probase una sola vez ya no querria comer nada mas hasta el fin de sus dias. ?Se trataba del Rahat-lukum de pistacho? Sin duda no, puesto que el Divino Confitero que debia inventar ese plato sublime aun no habia nacido. Se le esperaba incesantemente en el pueblo de Judea, y algunos pensaban, apoyandose en ciertos textos sagrados, que naceria en Belen, un pueblo situado a dos dias de camino al sur de la capital, donde habia visto la luz el rey David.

Taor opinaba que sus informadores estaban extraviandose en las arenas de la especulacion religiosa. Demasiados discursos y conjeturas, el exigia pruebas concretas, testimonios fidedignos, en resumidas cuentas, algo que se viera, se tocase, o, mejor aun, que se comiese.

Entonces los dos hombres, despues de consultarse con la mirada, sacaron de su talega un tarro bastante grande, pero de forma no poco rustica.

– Esos anacoretas vestidos como osos -explico uno de ellos- que afirman ser los precursores del Divino Confitero, se alimentan sobre todo de una mezcla original y muy sabrosa, que tal vez sea como el presentimiento del manjar sublime anunciado y esperado.

Taor cogio el tarro, lo sospeso y se lo acerco a la nariz. -Pesa mucho, pero huele mal -concluyo, tendiendolo a Siti-, Abrelo.

El tosco disco de madera que obstruia el orificio del tarro cedio cuando Siri hizo fuerza con la punta de su espada.

– Que me traigan una cuchara- ordeno el principe. La saco del tarro con una mezcla viscosa y dorada en la que estaban prisioneros unos animalillos angulosos.

– Miel -aseguro.

– Si -confirmo uno de los viajeros-, miel silvestre. Se encuentra en pleno desierto en algunos huecos de las piedras o en tocones de arboles muertos. Las abejas liban de los bosques de acacias que durante unos breves periodos primaverales no son mas que una masa de flores blancas muy perfumadas.

– Langostas -anadio Taor.

– Langostas, si quieres llamarlas asi -concedio el viajero-, pero langostas de arena. Son unos insectos grandes que vuelan en nubes compactas y lo destruyen todo a su paso. Para los labradores son un terrible azote, pero los nomadas se alimentan con ellas, y reciben su llegada como un mana celestial. Les llaman saltamontes.

– Pues son saltamontes confitados en miel silvestre -concluyo el principe, antes de meterse la cuchara en la boca.