Gaspar, Melchor y Baltasar, стр. 25

El asno y el buey

EL BUEY

El asno es un poeta, un literato, un charlatan. El buey no dice nada. Es un rumiante, un meditativo, un taciturno. No dice nada, pero eso no quiere decir que no piense. Reflexiona y recuerda. Imagenes inmemoriales flotan en su cabeza, pesada y maciza como una roca. La mas venerable viene del antiguo Egipto. Es la del Buey Apis. Nacio de una ternera virgen a la que fecundo un trueno. Lleva una media luna en la frente y un buitre sobre el lomo. Bajo su lengua esta oculto un escarabajo. Le alimentan en un templo. Despues de eso, ?verdad?, un pequeno dios nacido en un establo de una doncella y del Espiritu Santo no va a sorprender a un buey.

Recuerda. Se ve a si mismo como novillo. En el centro del cortejo formado para la fiesta de las cosechas en honor de la diosa Cibeles, se adelanta, coronado de racimos de uva, escoltado por jovenes vendimiadoras y viejos Silenos panzudos y encarnados.

Recuerda. Los trabajos negros de otono. El lento trabajo de la tierra hendida por la reja del arado. Su hermano de labor sujeto al mismo yugo que el. El establo calido y humeante.

Suena con la vaca. El animal-madre por excelencia. La suavidad de su vientre. Los tiernos cabezazos del ternerillo contra ese cuerno de la abundancia vivo y generoso. Las arracimadas ubres de color rosa, de donde brota la leche.

El buey sabe que es todo eso, y que su masa tranquilizadora y firme ha de velar por el parto de la Virgen y el nacimiento del Nino.

EL ASNO DICE

Que mi pelo blanco no os engane, dice el asno. Antes yo era negro como el azabache, sin mas que una estrella clara en la testera, una estrella, signo evidente de mi predestinacion. Todavia hoy conservo mi estrella, pero ya no se ve, porque todo el pelaje ha blanqueado. Es como los astros del cielo nocturno, que se borran en la palidez del alba. Asi, la edad avanzada ha dado a todo mi cuerpo el color de mi estrella frontal, y tambien en eso quiero ver un signo, la senal evidente de una especie de predestinacion.

Porque soy viejo, muy viejo, debo de tener cerca de cuarenta anos, lo cual para un asno es fantastico. Quiza sea incluso el decano de los asnos. Seria otro signo.

Me llaman Kadi Chuya. Y eso merece una explicacion. Desde mi mas tierna edad, mis amos no han podido permanecer insensibles al aire de sabiduria que me distinguia de los demas asnos. En mi mirada habia algo grave y sutil que impresionaba. De ahi el nombre de Kadi que me dieron, porque todo el mundo sabe que entre nosotros un kadi es a un tiempo un juez y un religioso, es decir, un hombre doblemente ilustre por su sabiduria. Pero, desde luego, yo no era mas que un asno, el mas humilde y el mas maltratado de los animales, y solo podian darme ese nombre venerable de Kadi disminuyendolo con otro nombre que fuera ridiculo. Y este fue Chuya, que quiere decir pequeno, mezquino, despreciable. Kadichuya, el sabio que no es nada, llamado por sus amos tan pronto Kadi como, mas frecuentemente, Chuya, segun su humor en aquel momento. *

Yo soy un asno de pobres. Durante mucho tiempo he presumido de serlo. Porque tenia por vecino y confidente un asno de ricos. Mi amo era un modesto labrador. Su campo linda con una hermosa propiedad. Un comerciante de Jerusalen iba alli con los suyos para estar mas frescos en las semanas mas calurosas del verano. Su asno se llamaba Yaul, un animal soberbio, casi dos veces mas grande que yo, con el pelaje de un gris casi perfectamente uniforme, muy claro, fino como la seda. Habia que verlo salir enjaezado de cuero rojo y de terciopelo verde con su silla de canamazo, sus anchos estribos de cobre, agitando borlas y haciendo tintinear cascabeles. Yo hacia como que juzgaba ridiculos esos arreos de carnaval. Sobre todo me acordaba de los sufrimientos que le habian infligido en su infancia para hacer de el una montura de lujo. Lo habia visto chorreando sangre, porque acababan de esculpirle con navaja en plena carne las iniciales y la divisa de su amo. Vi sus orejas cruelmente cosidas por las puntas, para conseguir que luego se mantuvieran muy erguidas, como cuernos, en tanto que las mias caian lamentablemente a derecha y a izquierda de mi cabeza, y las patas fuertemente cenidas por vendas, para que fuesen mas finas y mas rectas que las de los asnos ordinarios. Los hombres son asi, hacen sufrir aun mas a lo que prefieren y a aquello de lo que estan mas orgullosos, que a lo que detestan o desprecian.

Pero Yaul gozaba de importantes compensaciones, y habia una secreta envidia en la conmiseracion que yo creia poder manifestar para con el. En primer lugar comia todos los dias cebada y avena en un pesebre muy limpio. Y sobre todo estaban las yeguas. Para comprenderlo bien hay que empezar por medir el insoportable orgullo que sienten los caballos respecto a los asnos. No basta con decir que nos miran con altivez. La verdad es que no nos miran, para ellos no existimos, como creen que no existen los ratones o las cochinillas. En cuanto a la yegua, bueno, para el asno es el no va mas, la gran dama altanera e inaccesible. Si, la yegua es el desquite mayor y sublime que puede tomarse el asno de ese majadero que es el caballo. Pero, ?como es posible que un asno rivalice con el caballo en su propio terreno, hasta el punto de birlarle la hembra? Lo que pasa es que el destino tiene muchos recursos, y ha inventado el privilegio mas sorprendente y mas extravagante del pueblo de los asnos, y la clave de ese privilegio se llama el mulo. ?Que es un mulo? Es una montura seria, segura y solida (y ya puestos a alinear adjetivos calificativos en ese, podria anadir silenciosa, sensata, solvente, pero se que he de vigilar mi excesiva aficion a las palabras). El mulo es el rey de los senderos arenosos, de las cuestas escabrosas, de los vados de los rios. Tranquilo, imperturbable, incansable, anda…

Pero, ?cual es el secreto de tantas virtudes? Pues que ignora los desordenes del amor y las turbaciones de la procreacion. El mulo nunca tiene muletos. Para hacer un muleto se necesita un papa asno y una mama yegua. Esta es la razon de que algunos asnos -y Yaul era de esos-, elegidos como padres de muletos (este es el titulo mas prestigioso de nuestra comunidad), reciben yeguas por esposas.

Yo no soy excesivamente indinado al sexo, y si tengo ambiciones son de otra clase. Pero he de confesar que algunas mananas, el espectaculo de Yaul volviendo de sus proezas ecuestres, agotado y borracho de placer, me hacia dudar de la justicia de la vida. Claro que la vida no me trataba a cuerpo de rey.

Siempre apaleado, insultado, abrumado por cargas mas pesadas que yo mismo, alimentado con cardos -?ah, esa idea de los hombres de que a los asnos les gustan los cardos!-. ?Que nos den una vez, una sola vez, trebol y cereales, para que podamos ver la diferencia! Y cuando se acerca el final, los obsesionantes cuervos cuando, vencidos por el cansancio, esperaremos junto a una zanja que la muerte misericordiosa venga a poner termino a nuestros sufrimientos. Los obsesionantes cuervos, si, porque vemos una gran diferencia entre los buitres y los cuervos, cuando estamos cerca del ultimo momento. Porque los buitres sabed que solo atacan a los cadaveres. No hay nada que temer de ellos mientras os quede un soplo de vida: misteriosamente avisados, esperan a una respetuosa distancia. Mientras que los cuervos, esos demonios, se precipitan sobre un moribundo, y lo destrozan cuando aun vive, empezando por los ojos…

Esas son cosas que hay que saber para comprender mi estado de animo, en aquel comienzo de invierno, cuando me encontraba con mi amo en Belen, un pueblo grande de la Judea. Toda la provincia era un constante ir y venir de gente, porque e! Emperador habia ordenado que se censara la poblacion, y todos tenian que hacerse inscribir con los suyos en el lugar del que procedian. Belen no es mas que una aldea en lo alto de una colina cuyas laderas estan adornadas con terrazas y jardincillos que sostienen murales de piedra. En primavera y en un periodo ordinario, debe de estar bien vivir aqui, pero a comienzos del invierno y en medio del tumulto del censo, yo echaba mucho de menos mi establo de Djela, el pueblo del que veniamos. Mi amo habia tenido la suerte de encontrar un lugar para mi ama y los dos ninos en una gran posada que hormigueaba de gente. Al lado del edificio principal habia una especie de granero donde debian de guardar los provisiones. Entre las dos casas, una estrecha calleja que no llevaba a ninguna parte habia sido cubierta por unas vigas sobre las cuales se habian echado brazadas de juncos, formando una especie de techo de balago. Bajo tan precario abrigo se habia puesto un pesebre y una cama de paja para los animales de los clientes de la posada. Alli me ataron al lado de un buey al que acababan de desenganchar de una carreta. He de deciros que siempre he sentido horror por los bueyes. Desde luego esos animales carecen de malicia, pero por desgracia el cufiado de mi amo posee uno, y cuando llega el tiempo de la labranza los dos hombres se ayudan el uno al otro, y nos enganchan juntos en el arado, a pesar de la prohibicion formal de la ley. 8 Ahora bien, la ley es muy sabia, porque, podeis creerme, no hay nada peor que trabajar en semejante compania. El buey tiene su andar -que es lento-, su ritmo, que es continuo. Tira con su cuello. El asno -como el caballo-tira con la grupa. Precipita su esfuerzo, trabaja a sacudidas vigorosas. Obligarle a ir junto a un buey es atarle una bola al pie, quebrantar toda su energia, ?y no tiene tanta!

Pero aquella noche no se trataba de la labranza. Los viajeros que el posadero habia rechazado habian invadido el granero. Yo ya supuse que no nos dejarian tranquilos durante mucho tiempo. En efecto, pronto un hombre y una mujer se deslizaron en nuestro improvisado establo. El hombre, una especie de artesano, era de edad avanzada. Habia armado mucho alboroto contando a todo el mundo que tenia que hacerse censar en Belen porque pertenecia a la descendencia del rey betlemita David por una cadena de veintisiete generaciones. Se le reian en la cara. Mas le hubiera valido, para encontrar un refugio, alegar el estado de su jovencisima esposa, que parecia agotada y ademas encinta. Junto la paja del suelo y el heno de los pesebres para confeccionar entre el buey y yo un lecho improvisado en el que hizo recostar a la joven.

Poco a poco todo el mundo fue encontrando su lugar, y los ruidos fueron cesando. A veces la joven gemia quedamente, y asi nos enteramos de que su marido se llamaba Jose. El la consolaba lo mejor que podia, y asi nos enteramos de que ella se llamaba Maria. No se cuantas horas pasaron, porque yo debi de dormirme. Al despertar note que se habia producido un gran cambio, no solo en aquel lugar, sino en todas partes, y hasta hubierase dicho que en el cielo, del que nuestra pobre techumbre dejaba ver centelleantes luces. El gran silencio de la noche mas larga del ano habia caido sobre la tierra, y hubierase dicho que retenia sus fuentes y e? cielo sus soplos para no turbarlo. Ni un solo pajaro en los arboles. Ni un zorro en los campos. Entre la hierba ni un raton campesino. Las aguilas y los lobos, codo lo que posee pico y garras, habian establecido una tregua y velaban, con la panza hambrienta y la mirada fija en la oscuridad. Hasta las luciernagas y los gusanos de luz ocultaban su resplandor. El tiempo se habia borrado en una eternidad sagrada.

* Uno de sus lejanos descendientes publicara, bajo el nombre afrancesado de Cadichon, sus memorias, recogidas por la condesa de Segur, de soltera Rostopchine.


8 Demeronomio, 12, 10.