Samarcanda, стр. 18

Libro segundo. EL PARAISO DE LOS ASESINOS

El paraiso y el infierno estan en ti.

Omar Jayyam

XV

H an pasado siete anos, siete anos tan fastos para Jayyam como para el Imperio, los ultimos anos de paz.

Una mesa preparada bajo un emparrado, una garrafa de cuello largo para el mejor vino blanco de Shiraz, con el punto justo de almizcle, y a su alrededor un festin que se manifiesta en cien pequenas escudillas; este es el ritual de un atardecer de junio en la terraza de Omar. Empezar por lo mas ligero, recomienda este, primero el vino, las frutas, luego los platos compuestos, arroz con agracejos y membrillos rellenos.

Un viento sutil llega de los montes Amarillos a traves de los huertos en flor. Yahan coge un laud, puntea una cuerda, luego otra. La musica, al derramarse lentamente, acompana al viento. Omar levanta su copa y aspira su olor profundamente. Yahan le observa. Escoge de la mesa la azufaifa mas hermosa, la mas roja, la que tiene la piel mas lisa y se la ofrece a su hombre, lo que en el lenguaje de las frutas significa «un beso, enseguida». Omar se inclina hacia ella, sus labios se rozan, se huyen, vuelven a rozarse, se separan y se unen. Sus dedos se entrelazan, llega una sirvienta, se separan sin prisa y cogen cada uno su copa. Yahan sonrie y murmura:

– Si tuviera siete vidas, pasaria una viniendo cada noche a esta terraza para tenderme languidamente sobre este divan, beberia este vino y hundiria los dedos en esta escudilla; la felicidad se embosca en la monotonia.

Omar contesta:

– Una vida, o tres o siete, todas las pasaria como estoy pasando esta, tendido en esta terraza con mi mano en tus cabellos.

Juntos y diferentes. Amantes desde hace nueve anos, casados desde hace cuatro, sus suenos no viven siempre bajo el mismo techo. Yahan devora el tiempo, Omar lo bebe a sorbos. Ella quiere dominar el mundo; la sultana le presta oidos, y a esta le presta oidos el sultan. Durante el dia intriga en el haren real, sorprende los mensajes que van y vienen, los rumores de alcoba, las promesas de joyas, el tufo a veneno. Se excita, se agita, se exalta. Por la noche se abandona a la felicidad de ser amada. Para Omar la vida es diferente, es el placer de la ciencia, ciencia del placer. Se levanta tarde, bebe en ayunas la tradicional «copa de la manana» y luego se instala en su mesa de trabajo, escribe, calcula, traza lineas y figuras, escribe de nuevo, transcribe algun poema en su libro secreto.

Por la noche acude a su observatorio, construido sobre un monticulo cercano a su casa. Solo tiene que atravesar un jardin para encontrarse en medio de los instrumentos que ama y que acaricia, que engrasa y lustra con sus propias manos. Con frecuencia lo acompana algun astronomo de paso. Los tres primeros anos de su estancia los dedico al observatorio de Ispahan, superviso su construccion y la fabricacion del material y, sobre todo, elaboro el nuevo calendario, inaugurado con pompa el primer dia de Favardin del 458, 21 de marzo de 1079. ?Que persa podria olvidar que ese ano, en virtud de los calculos de Jayyam, la sacrosanta fiesta del Nawruz fue desplazada, que el nuevo ano que debia caer en mitad del signo de Piscis se retraso hasta el primer sol de Aries, que fue despues de esta reforma cuando los meses persas se confundieron con los signos de los astros, convirtiendose asi Favardin en el mes de Aries y Esfand en el de Piscis? En junio de 1081 los habitantes de Ispahan y de todo el Imperio viven, pues, el tercer ano de la nueva era. Esta lleva oficialmente el nombre del sultan, pero en la calle e incluso en algunos documentos se menciona solamente «tal ano de la era de Omar Jayyam». ?Que hombre ha conocido en vida semejante honor? Esto nos demuestra hasta que punto Jayyam, en ese momento de treinta y tres anos de edad, es un personaje famoso y respetado, sin duda incluso temido, por aquellos que ignoran su profunda aversion por la violencia y la dominacion.

?Que le une, a pesar de todo, a Yahan? Un detalle, pero un gigantesco detalle: ni uno ni otro quieren tener hijos. Yahan ha decidido, de una vez por todas, no entorpecer su vida con la prole. Jayyam ha hecho suya la maxima de Abul-Ala, un poeta sitio a quien venera: «Yo sufro por culpa de aquel que me engendro, nadie sufrira por mi culpa.»

No nos equivoquemos con respecto a esta actitud. Jayyam no tiene nada de misantropo. ?No fue el quien escribio: «Cuando el dolor te abrume, cuando llegues a desear que una noche eterna caiga sobre el mundo, piensa en el verdor que resplandece despues de la lluvia, piensa en el despertar de un nino»? Si se niega a procrear es porque la existencia le parece demasiado pesada de soportar. «Feliz aquel que jamas vino al mundo», no cesa de clamar.

Ya lo vemos; las razones que uno y otro tienen para negarse a dar la vida no son identicas. Ella actua por exceso de ambicion, el por exceso de generosidad. Pero encontrarse, hombre y mujer, estrechamente unidos por una actitud que condenan todos los hombres y mujeres de Persia, dejar que murmuren que uno u otro es esteril sin ni siquiera dignarse responder, es algo que en este tiempo teje una fuerte complicidad.

Una complicidad que tiene sus limites, sin embargo. Yahan recibe de Omar la valiosa opinion de un hombre sin codicia, pero rara vez se preocupa de informarle de sus actividades. Sabe que las desaprobaria. ?Para que suscitar interminables disputas? Verdad es que Jayyam no esta nunca muy lejos de la corte. Aunque evita incrustarse en ella, aunque huye de todas las intrigas y las desprecia, principalmente aquellas que enfrentan desde siempre a los medicos y a los astrologos del palacio, no deja de tener unas obligaciones de las que le es imposible librarse: asistir a veces al banquete de los viernes, examinar a algun emir enfermo y, sobre todo, proporcionar a Malikxah su taqwim , su horoscopo mensual, ya que se supone que el sultan, como cada hijo de vecino, tiene que consultarlo para saber cada dia lo que debe o no debe hacer. «El 5 un astro te acecha, no saldras del palacio. El 7 ni sangria ni pocima de ninguna clase. El 10 te enrollaras el turbante al reves. El 13 no te acercaras a ninguna de tus mujeres…». Jamas se le ocurriria al sultan transgredir esas directrices. Tampoco a Nizam, que recibe su taqwim de la mano de Omar antes del final del mes, lo lee avidamente y lo cumple al pie de la letra. Poco a poco, otros personajes han ido adquiriendo ese privilegio: el chambelan, el gran cadi de Ispahan, los tesoreros, algunos emires del ejercito, algunos ricos mercaderes, lo que termina por representar para Omar un trabajo considerable que le ocupa las diez ultimas noches de cada mes. ?La gente es tan aficionada a las predicciones! Los mas afortunados consultan a Omar, los demas se buscan un astrologo menos prestigioso, a no ser que por cada decision que deban tomar se dirijan a un hombre de religion que, ante ellos y cerrando los ojos, abra al azar el Coran, ponga el dedo sobre un versiculo y se lo lea, con el fin de que ellos mismos descubran en el la respuesta a su problema. Algunas mujeres pobres, apremiadas a tomar una decision, van de prisa y corriendo a la plaza publica y la primera frase que oyen la interpretan como una directriz de la Providencia.

– Terken Jatun me ha preguntado hoy si estaba preparado su taqwim para el mes de Tir -dice esa tarde Yahan.

Omar dirige su mirada hacia la lejania:

– Se lo voy a preparar por la noche. El cielo esta limpido, ninguna estrella se esconde, ya es hora de que vaya al observatorio.

Se disponia a levantarse sin prisa, cuando una sirvienta viene a anunciar:

– Un derviche esta a la puerta y pide hospitalidad para esta noche.

– Hazle entrar -dice Omar-. Ofrecele la pequena habitacion bajo la escalera y dile que se una a nosotros para la cena.

Yahan se tapa el rostro con el fin de prepararse para la entrada del extranjero, pero la sirvienta vuelve sola.

– Prefiere permanecer en su cuarto rezando; me ha dado este mensaje.

Omar lo lee, palidece y se levanta como un automata. Yahan se inquieta:

– ?Quien es ese hombre?

– Ahora vuelvo.

Rompiendo el mensaje en mil pedazos, se dirige a grandes zancadas hacia la pequena habitacion cuya puerta cierra tras el. Un instante de espera, de incredulidad. Un abrazo seguido de un reproche:

– ?Que estas haciendo en Ispahan? Todos los agentes de Nizam el-Molk te buscan.

– Vengo a convertirte.

Omar lo mira de hito en hito. Quiere asegurarse de que el otro esta aun en su sano juicio, pero Hassan se rie con esa misma risa sigilosa que Jayyam conocio en el caravasar de Qaxan.

– Tranquilizate, tu eres la ultima persona a la que pensaria convertir, pero necesito un refugio. ?Que mejor protector que Omar Jayyam, comensal del sultan, amigo del gran visir?

– Sienten mas odio hacia ti que amistad por mi. Eres bienvenido bajo mi techo, pero no creas ni un instante que mis relaciones te salvarian si se sospechara tu presencia.

– Manana estare lejos.

Omar se muestra desconfiado:

– ?Has vuelto para vengarte?

Pero el otro reacciona como si acabaran de agraviar su dignidad.

– No intento vengar a mi miserable persona. Deseo destruir el poderio turco.

Omar observa a su amigo, que ha cambiado su turbante negro por otro blanco pero impregnado de arena; sus ropas son de lana grosera y raida.

– ?Me pareces tan seguro de ti mismo! Yo no veo ante mi mas que un hombre proscrito, acorralado, que se esconde de casa en casa, con ese fardo y ese turbante por todo equipo, ?y pretendes competir con un Imperio que se extiende por todo el Oriente desde Damasco a Herat!

– Tu hablas de lo que es, yo hablo de lo que sera. Pronto se yerguera frente al Imperio de los selyuquies la Nueva Predicacion, minuciosamente organizada, poderosa y temible, que hara temblar al sultan y a los visires. No hace tanto tiempo, cuando tu y yo nacimos, Ispahan pertenecia a una dinastia persa y chii que imponia su ley al califa de Bagdad. Hoy, los persas no son mas que los servidores de los turcos y tu amigo Nizam es el mas vil servidor de esos intrusos. ?Como puedes afirmar que lo que ayer era verdad es impensable para manana?