La Joven De Las Rosas, стр. 44

1794

1

Erase una vez un jorobado que era el hazmerreir de todos. Un dia paseaba por el bosque llorando por su destino cuando se encontro con tres brujas bailando en un corro. «Lunes, martes, miercoles», cantaba cada una por turnos. El jorobado observo un rato y luego se unio al corro. «Lunes, martes, miercoles», cantaron cada una de las brujas, y el jorobado anadio: «Jueves. Lunes, martes, miercoles», y volvio a entonar: «Jueves». A las brujas les parecio estupendo y rieron con ganas. Llevaban bailando y cantando desde el principio de los tiempos y estaban deseosas de novedad. De modo que le asestaron un golpe en su joroba, y el rodo hasta unos matorrales. Por primera vez en su vida el hombre podia erguirse; y, gritando de alegria, se marcho corriendo y volvio a su pueblo, donde se caso con la chica mas guapa y disfrutaron de una larga, dichosa y prospera vida. Pero una vez al mes, la noche de luna llena, tenia que volver al claro del bosque y bailar y cantar con las brujas, porque asi lo habia prometido y era un hombre de palabra.

»Al poco tiempo llego al pueblo un segundo jorobado, proscrito y trotamundos, y oyo contar la historia de como el primer jorobado se habia curado milagrosamente. Y empezo a suplicar al primero, que ahora era lenador, que le dijera como se habia librado de su joroba. Pero el lenador se limitaba a sonreir y menear la cabeza. Habia prometido a las brujas que nunca revelaria lo ocurrido esa noche en el claro, y era un hombre de palabra, cerrando con besos la boca de su bonita mujer si alguna vez le hacia demasiadas preguntas.

»Pero el jorobado era un tipo persistente, y espero su oportunidad, vigilando de cerca. De este modo, la noche de luna llena, vio al lenador salir de puntillas de su casa sigilosamente y echar a andar por el sendero que llevaba al bosque. El jorobado lo siguio a una distancia prudencial, manteniendose en la penumbra y procurando no pisar ninguna ramita. Al poco rato oyo voces que lo guiaron hasta el claro iluminado por la luna. Asomandose por detras de un roble, observo a los bailarines: «Lunes, martes, miercoles», decia cada bruja por turno, y el lenador se unio al corro, cantando «Jueves» con su voz clara y fuerte. «Lunes, martes, miercoles y jueves, lunes, martes, miercoles y jueves». Y asi, cogidos de la mano, bailaron y cantaron a la luz de la luna.

»Ahora bien, el jorobado no era estupido. Espero el momento oportuno y observo de cerca, y se dijo: Aja, un hombre no necesita la luz de la luna para ver con claridad lo que esta pasando aqui. De modo que cuando cantaron «Lunes, martes, miercoles y jueves», el se acerco al claro y anadio: «Viernes». «Lunes, martes, miercoles, jueves», continuo la cancion, y el jorobado se unio al corro, cogiendoles las manos y cantando «Viernes».

»De pronto las brujas se encolerizaron y golpearon al jorobado entre los hombros. Y la joroba del lenador salio volando de los matorrales y se aferro a la espalda del jorobado, de tal modo que ahora tenia dos jorobas en lugar de una, y huyo de alli corriendo y chillando, y nunca mas volvieron a verlo.»

– ?Eso es todo?

– Si.

– Pero es terrible -protesto el-. El segundo tipo solo trataba de controlar su destino. Si cuentas esa historia a los ninos, su iniciativa deberia verse sin duda premiada. Si no, ?donde esta la moraleja?

– Podrias verlo como una alegoria de lo que pasa a los artistas que carecen de originalidad.

– Eso jamas estaria permitido en America.

Olivier abrazo el cuello de Sophie, tactica que solia funcionarle.

– Cuentame otra vez esa historia.

2

Desde noviembre, ella habia trabajado en el hospital el cuarto y noveno dias de cada decade de diez dias. Le daban de comer gratis al mediodia y tambien le proporcionaban dos delantales azules, recien lavados. A diferencia de las hermanas enfermeras, ella no tenia autorizacion para utilizar lena, carbon, sal, velas o ropa blanca; pero apartaban una toalla y una pastilla de jabon para su uso personal por la madre Clothilde, que se reunia con ella para lavarse las manos cada hora, e inmediatamente si entraban en contacto con un paciente de dudosa reputacion moral.

La asignaron a una de las salas, donde servia a los pacientes sopa, pan, vino, segun las prescripciones de los medicos, los afeitaba y se cercioraba de que se les procurara ropa de cama limpia, vendajes limpios y otras necesidades. Supervisaba a la criada remunerada de la sala, y era responsable del almacen de lena del hospital y de registrar los ingresos. La madre Clothilde -ni siquiera el doctor Morel podia dirigirse a ella como ciudadana- le dio instrucciones sobre como tomar el pulso para determinar su fuerza, firmeza y ritmo (regular o erratico, languido o acelerado). Se esperaba de ella que moliera polvos y mezclara jarabes en el dispensario bajo la supervision del boticario de visita. Siempre se quedaban cortos de tintura de laudano: dos onzas de opio en una pinta de vino mezclada con una onza de azafran y una pizca de canela molida. Sophie debia dejar hervir el liquido al bano Maria, colarlo y embotellarlo. Ayudaba a vendar heridas, preparaba cataplasmas de linaza y las aplicaba a los abscesos para drenar la sustancia nociva. Aunque no se le pedia que practicara sangrias, servicio que proporcionaba un aprendiz de cirujano, se esperaba de ella que demostrara competencia y serenidad en el manejo de las sanguijuelas.

Las ampollas eran un tema controvertido. Hacia tiempo que se habia aceptado que el dolor provocado de manera artificial era beneficioso para los pacientes porque los distraia de sus sintomas originales y desplazaban la enfermedad. El tradicional agente irritante era un emplasto de cantaridas, resina borgonona, polvos de euforbio, levadura, cera y semillas de mostaza. Se perforaban las ampollas y se mantenian abiertas para dejar salir el veneno. Pero el doctor Morel se mostraba esceptico acerca del valor terapeutico del tratamiento. Si tenia que recurrirse a el, preferia calentar tazas pequenas y ponerlas verticales en el craneo o espalda del paciente hasta producir el efecto deseado. Todo el mundo habia tomado partido y tenia una opinion al respecto.

El director y el subdirector hacian sus rondas por la manana y la tarde, respectivamente. Cada ronda se suponia que debia durar menos de una hora, una media de treinta segundos por enfermo. Pero Joseph se entretenia a la cabecera de las camas de sus pacientes, tomando notas. Sophie observaba que, si bien escuchaba con cortesia las descripciones que los pacientes hacian de sus males, nunca confiaba unicamente en sus versiones, como hacia Ducroix, para hacer un diagnostico. Los examenes de Joseph siempre se prolongaban mas, porque daba golpecitos en pechos, olia heridas, examinaba lenguas, bajaba parpados, escuchaba respiraciones. Habia que guardar la orina, deposiciones, expectoraciones y vomito de cada paciente hasta que el subdirector los examinase.

Cuando termino su ronda y vino a sentarse con ella, como siempre hacia, junto al escritorio situado en un hueco del extremo de la sala, ella le pregunto por que prestaba tanta atencion a los sintomas fisicos de los pacientes.

– Porque la medicina es una ciencia -respondio el-, y los conocimientos cientificos estan basados en fenomenos observables. Por ejemplo: la presencia de una sustancia aceitosa y transparente en una expectoracion viscosa es una senal inconfundible de purulencia. Tales casos suelen ser mortales.

– ?Y si la descripcion del paciente contradice lo que observa?

– Entonces el paciente esta equivocado. La gente a menudo exagera o esta confusa acerca de sus sintomas.

Se habia puesto los anteojos para examinar el registro de ingresos. «Han traido a un hombre a las nueve y media -habia escrito ella-. Estaba inconsciente y no ha podido decirnos como se llamaba. Ha muerto a las diez y diez. Aparentaba veinticinco anos.»

El contuvo su desesperacion.

Ella reflexionaba con ceno lo que el acababa de decir.

– Pero ?quien le dice a usted que no hay errores de interpretacion en las conclusiones que saca de sus observaciones?

El considero ese nuevo punto de vista.

– Ese podria ser perfectamente el caso -dijo por fin-, pero no podria seguir haciendo este trabajo si lo creyera.

– ?Lo ve? La razon sirve siempre que la ciencia se limite a explicar el mundo. Pero actuar en el, cambiar las cosas, los esfuerzos humanos… eso requiere fe.

Sophie ya habia reparado en la delicadeza del doctor Morel. Lo habia observado escuchar sentado las divagaciones de una anciana, alisando con sus manos de dedos asperos la colcha de la cama. Habia comprobado por si misma que cuando levantaba la barbilla y reia, uno no podia evitar sonreir. Ahora se volvio para mirarlo mientras hablaba. Y algo en su cara…

El universo de cuerda se desintegro en pinones y muelles. Y volvio a armarse de manera diferente.

La jornada de Sophie empezaba a las ocho y terminaba a las seis y media. Su desarrollo seguia un orden estricto: distribuir lena, lavar con esponja la cara y las manos de los enfermos, actualizar el registro, la criada fregando la sala, las rondas de los medicos y cirujanos, los labios de la madre Clothilde moviendose en silencio antes de la comida que comian sentados a una mesa que los anos habian alisado a fuerza de frotar. Sin embargo, al ir a casa de Isabelle, donde pasaba la noche, Sophie solo era consciente del tiempo como manchas de sombra y luz, el cansancio embotando los bordes bien definidos del dia.

Lo mas duro era el olor. Las prometidas ventanas aun no se habian materializado; entretanto, Joseph habia dado ordenes de dejar abiertas todo el tiempo las puertas a ambos lados de la sala. Tambien habia hecho respetar la antigua pero nunca cumplida norma de un solo paciente por cama. La necesidad era tal, sin embargo, que tambien se instalaron catres de paja. Los pacientes que dormian en ellos se quejaban amargamente de las corrientes de aire a ras de suelo, y los no discapacitados se obstinaban en subirse a las camas mas proximas, provocando un nuevo clamor de lamentos y maldiciones en sus ocupantes originales. Al final, las puertas se dejaban escasamente entreabiertas. El hedor a sudor, orina, vomito, diarrea, vendajes sucios, vinagre y brebajes recetados por los medicos iba in crescendo hasta que, al final del dia, Sophie tenia que salir de la sala cada cuarto de hora para tomar una bocanada de aire a hurtadillas en el pasillo.