La batalla, стр. 2

LA CURVA DEL OLVIDO

Javier Garcia Sanchez

Hay un concepto interesante de la Psicologia aplicado al ambito estrictamente pedagogico que responde al nombre de «Curva del olvido», y en esencia explica el proceso intelectual de la mayoria de alumnos para retener mentalmente una leccion antes de olvidarla, de ahi que sea necesario recordarsela de nuevo dentro de un espacio concreto de tiempo -no antes ni despuespara que sean capaces de conservar tales imagenes o datos por siempre. No es una ley matematica, pero si atane a las secretas leyes de la conciencia, y por eso mismo resulta acaso mas fascinante.

Con la Historia, entendida esta como disciplina objetiva que nos pormenoriza aquello que fuimos para darnos pie a especulaciones acerca de aquello a lo que estamos abocados, ocurre algo muy similar. Solo que la Historia, si se caracteriza por algo, es precisamente por su intrinseca imposibilidad de ser objetiva, en cualesquiera de los sentidos imaginables. De hecho, incluso, hasta modernos y prestigiosos historiadores han puesto de manifiesto que su labor -afirmacion que sin duda no hallara el consenso del «gremio»- consiste precisamente en interpretar la Historia y su evolucion segun le convenga al poder que sostiene a tales historiadores, o a tenor de la ideologia -filias y fobias incluidasque tengan ellos mismos. Eso se ve claramente en Francia, cuna de la Historiografia mas rigurosa (?) y a la vez vivero permanente y reciclado de todo tipo de posturas antagonicas. Un ejemplo de ello es la pregunta de cuanto tiempo hara falta hasta que los franceses se enfrenten al tema mas incomodo para ellos de todo el siglo XX, el que mas les duele: la colaboracion con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Seguramente habran de desaparecer fisicamente absolutamente todos y cada uno de quienes vivieron aquel dilema y aquel horror, y luego transcurrir otro monton de anos, me atrevo a insinuar «decadas», para que por fin podamos hacernos tan solo una «idea aproximada» de lo que fueron unos hechos concretos. Es necesario, pues, que ante determinados personajes y eventos el historiador tome la distancia espiritual imprescindible para no salirse de los parametros de la mas elemental objetividad. Y quien dice el historiador dice tambien, por que no, el autor de novela historica seria, pues este ha sustituido, por mor de como evolucionan los medios de comunicacion y la mecanica de ciertas maneras culturales, a aquel, hasta hace un siglo, aproximadamente, voz unica que nos testimoniaba los acontecimientos historicos, in strictu sensu.

Napoleon Bonaparte no solo no escapa a esa paradoja a la que aludimos: la imposibilidad de ser precisos al historiar, pues, no pudiendo prescindir de un determinado contexto o fuentes asi como de claras corrientes de simpatia, admiracion, fanatismo, o justo todo lo contrario. Napoleon, junto a Robespierre, es, en la historiografia francesa, el gran problema. Mas el segundo que Bonaparte, pues con este casi todos parecen estar de acuerdo en que hasta su delirio conquistador, megalomano y reaccionario tenia una «pincelada poetica», o un «toque de grandeza». Con Robespierre, por contra, y no olvidemos que el y los jacobinos de 1793 simbolizan la Revolucion en un sentido profundo e irreversible del termino (quisieron cambiar el mundo y su sistema de valores), sucedio todo lo opuesto. Descontando honrosisimas excepciones, tuvo que transcurrir casi un siglo y medio para que se produjese el advenimiento de un profesor de Historia, Albert Mathiez, que recuperase la figura de Robespierre, no magnificandola sino poniendola en su justo sitio: una encrucijada de pasiones de la que el fue el primer martir por intentar llevar una trayectoria honesta.

Se dice pronto, «un siglo y medio, casi…», y mas tratandose de la propia Francia, pero asi es. Con todo ello quiero decir que justo lo contrario a lo acaecido con Robespierre, satanizado sin piedad por haber osado destruir el orden antiguo en pos de la instauracion de un orden nuevo, afin a los verdaderos intereses del pueblo, es lo que ha venido pasando con Napoleon, que apenas ha tenido detractores sistematicos. Quien firma este prologo es uno de ellos, sencillamente porque considero que la traicion de Bonaparte, maxime habiendo sido simpatizante de los jacobinos del 93, y por tanto de las ideas mas radicales y progresistas de la Revolucion, es tan vergonzante y apoteosica que no tiene parangon en toda la Historia. El caso es que a otros lideres totalitarios se les ve venir de algun modo, y Napoleon engano a todos. Solo ahora, con documentos en la mano, viendo como evoluciono ante el curso de los acontecimientos, podemos comprender que fue siempre un «hombre de orden», amen de un genial estratega. Eso si, vagamente fascinado por ciertas ideas inherentes a la Revolucion -yo diria que mas por ciertos personajes emblematicos de la misma-, quizas a causa de su juventud.

Tal vez el mayor historiador frances (me refiero a quien estructuro una obra no solo monumental sino tambien rigurosa en la medida de lo posible) ha sido Jules Michelet. Y este raton del pasado dio con una maxima absolutamente demoledora, por su eficacia simbolica, sobre todo a largo plazo, al afirmar que la historia de la Revolucion francesa -cabria decir del futuro de Francia y, por ende, del mundo occidental en el que vivimospasa por lo siguiente: «O se esta con Luis XVI o se esta con Robespierre». Asi de tajante y dramatica era la proposicion de Michelet. Solo que, eso creo, hubiese resultado muchisimo mas atinada si hubiese escrito: «O se esta con Robespierre o se esta con Napoleon».

Por supuesto que la figura de un rey ajusticiado en la guillotina, delante del pueblo, era algo impactante y que marco el punto de inflexion definitivo en muchos aspectos, pero si bien es cierto que la gente del pueblo -y cuanto mas inculta, pobre y necesitada, mas ahonda en esa insensata idolatria- siempre ha juzgado dioses a los reyes, profesandoles una irracional simpatia, tambien parece que tal muestra de afecto no deja de ser algo anecdotico: ese es el efecto narcotizante de las monarquias. Una vez mas, dan «sensacion de orden». Y la gente, en general, acaba no queriendo justicia e igualdad, sino orden, tener el buche lleno y, de vez en cuando, emociones fuertes. De ahi el «circo» o «gestos de audacia» o «arrebatos neuroticos sobrecogedores». Y que el pueblo es sometido indefectiblemente desde siempre, sea en la forma que sea. Y si la figura de un rey destronado y decapitado puede resultar conmovedora, carece, por contra, de autentico carisma. Mas he ahi que surge el heroe, el conquistador, el hombre que cautiva a las masas. Siempre es lo mismo: utiliza la excusa de hacer grande el pais, en este caso Francia, para dar rienda suelta a su locura y ansia de poder. Y la Historia, los historiadores, se rinden a sus pies, pues les ofrece material para trabajar y ganarse el pan durante toda la vida.

Sin embargo, no podemos negarlo, hay magia, y mucha. Napoleon tiene algo. Duende. Genio. Aura. No basta coincidir en que fue un esplendido estratega militar. Otros lideres totalitarios tambien lo fueron, y la Historia y los historiadores no les pasan ni una. Con Napoleon todo tiende a perdonarse. «Cae» casi entranable. Y cuanto mas irracional se nos muestra, mas lo acogemos en un hueco de nuestro corazon. ?Por que? No me lo explico. Acaso se deba al proceso ininterrumpido de intoxicacion ideologica al que hemos sido sometidos desde que tenemos uso de razon y empezamos a leer biografias suyas. Y es que -este es el cancer de la sociedad capitalista en que vivimos- uno admira instintivamente al que, elevandose por encima del vulgar rebano, nosotros, ejerce de conquistador y heroe, aun a costa de los demas: es el sindrome del Elegido…

Bonaparte fue un personaje habil pero siniestro que -aunque de soslayo si que exportara ciertas ideas de la Revolucion a naciones mucho mas reaccionarias que Francia- arrastro a su pais a un desequilibrio del que aun sigue convaleciente, aparte de que nunca le importo perder cientos de miles de vidas, incluso millones, en una unica campana militar. El vivia al margen, arriba. De hecho, donde viven los dementes y los tiranos. Porque Bonaparte, en el colegio, y luego en los escalafones inferiores de la milicia, ya era un perfecto tirano. Todo ello, depende de como se cuenta, sea en el seno de sesudisimos manuales de Historia o en el ambiguo contexto de una novela historica, suele acabar contribuyendo a su mayor gloria. Ese es el problema con el que nos enfrentamos.

Asi pues, Bonaparte fue simplemente un militar. El tipico militar. El mas listo y, durante una epoca, el mas afortunado, pero cualquiera de los jovenes generales de la Revolucion-que no eran en absoluto jacobinos, pues fueron siempre hombres de orden- le superaria en autentica grandeza de espiritu: Pichegru, Jourdan, Hoche… Pero no, solo quedo el, sencillamente porque los decapito a todos, aunque no en el sentido literal de la guillotina. Fue habil hasta para eso. Nada mas excitante para Bonaparte, durante decadas, que enfrentar a sus generales y mariscales para que se destrozasen entre ellos, evitando, de paso, que nunca llegaran a unirse contra el.

Por todo lo expuesto con anterioridad creo haber gestado un esbozo, cuando menos a grandes rasgos, del personaje al que nos enfrentamos: Napoleon Bonaparte, ese monstruo adorable. Por que, y sostengo esto pese a ser consciente de que en este preciso instante el lector tiene entre sus manos un libro, una novela de Patrick Rambaud, esto -en tanto artefacto emocional- es mucho mas que otro libro acerca de Bonaparte y su mito, o que una novela mas acerca del tema. El cebo, ahora y siempre, es Napoleon, no quienes lo glosan y vierten sobre el, apoyados en las mas peregrinas coartadas, quintales metricos de loor e incienso. Con la novela de Rambaud, ocurre justo todo lo contrario: no vamos a encontrar nuevos motivos para amar al audaz tirano, al astuto hombre mediocre elevado a la categoria de deidad, al combatiente individual, henchido mas nunca ahito, de egolatria, que resume lo peor y mas sordido de la condicion humana, ni tampoco -o apenas nada- del heroe que lidia en soledad contra el mundo y las circunstancias, que suele ser lo que nos conmueve de el, sino, ya era hora, algo muy diferente: el lector tiene entre sus manos una historia narrada en tono absolutamente frio, a menudo incluso glacial, en cualquier caso neutro y convincente, en la que lo de menos resulta casi la presencia del emperador -que no obstante sobrevuela toda la obra como una obsesion terrible y alada-, y lo mas importante acaba por ser, precisamente, la batalla que se nos describe escrupulosamente y da pie al relato: Essling.