Anaconda, стр. 25

EL DIVINO

Jamas en el confin aquel se habia tenido idea de un teodolito. Por esto cuando se vio a Howard asentar el sospechoso aparato en el suelo, mirar por los tubitos y correr tornillos, la gente tuvo por el, sus cintas metricas, niveles y banderitas, un respeto casi diabolico.

Howard habia ido al fondo de Misiones, sobre la frontera del Brasil, a medir cierta propiedad que su dueno queria vender con urgencia. El terreno no era grande, pero el trabajo era rudo por tratarse de bosque inextricable y quebradas a prueba de nivel. Howard desempenose del mejor de los modos posibles, y se hallaba en plena tarea cuando le acaecio su singular aventura.

El agrimensor habiase instalado en un claro del bosque, y sus trabajos marcharon a maravilla durante el resto del invierno que pudo aprovechar, pero llego el verano, y con tan humedo y sofocante principio que el

bosque entero zumbo de mosquitos y bariguis, a tal punto que a Howard le falto valor para afrontarlos. No siendo por lo demas urgente su trabajo, dispusose a descansar quince dias.

El rancho de Howard ocupaba la cuspide de una loma que descendia al oeste hasta la vera del bosque. Cuando el sol caia, la loma se doraba y el ambiente cobraba tal transparente frescura que un atardecer, en los treinta y ocho anos de Howard revivieron agudas sus grandes glorias de la infancia. ?Una pandorga! ?Una cometa! ?Que cosa mas bella que remontar a esa hora el cabeceador barrilete, la bomba ondulante o el inmovil lucero? A esa hora, cuando el sol desaparece y el viento cae con el, la pandorga se aquieta. La cola pende entonces inmovil y el hilo forma una honda curva. Y alla arriba, muy alto, fija en vaguisima tremulacion, la pandorga en equilibrio constela triunfalmente el cielo de nuestra industriosa infancia.

Ahora recordaba con sorprendente viveza toda la tecnica infantil que jamas desde entonces tornara a subir a su memoria. Y cuando en compania

de su ayudante corto las tacuaras, tuvo buen cuidado de afinarlas suficientemente en los extremos, y muy poco en el medio: "Una pandorga que se quiebra por el centro, deshonra para siempre a su ingeniero", meditaba el recelo infantil de Howard.

Y fue hecha. Dispusieron primero los dos cuadros que yuxtapuestos en cruz forman la estrella. Un pliego de seda roja que Howard tenia en su archivo revistio el armazon, y como cola, a falta del clasico orillo de casimir, el agrimensor transformo la pierna de un pantalon suyo en cientifica cola de pandorga. Y por ultimo los roncadores.

Al dia siguiente la ensayaron. Era un sencillo prodigio de estabilidad, tiro y ascension. El sol traspasaba la seda punzo en escarlata vivo, y al remontarla Howard, la vibrante estrella ascendia tirante aureolada de tremulo ronquido.

Fue al otro dia, y en pleno remonte de la cometa, cuando oyeron el redoble del tambor. En verdad, mas que redoble, aquello era un acompanamiento de comparsa: tan-tan-tan… ratatan… tan-tan…

– ?Que es eso?

– No se -repuso el ayudante mirando a todos lados-. Me parece que se acerca…

– Si, alla veo una comparsa -afirmo Howard.

En efecto, por el sendero que ascendia a la loma, una comitiva con estandarte al frente avanzaba.

– Viene aqui… ?Que puede ser eso? -se pregunto Howard, que vivia aislado del mundo.

Un momento despues lo supo. Aquello llego hasta su rancho, y el agrimensor pudo examinarlo detenidamente.

Primero que todo, el hombre del tambor, un indio descalzo y con un panuelo en bandolera; luego una negra gordisima con un mulatillo erizado en brazos, que venia levantando un estandarte. Era un verdadero estandarte de satine punzo y empenachado de cintas flotantes. En la cuspide, un roseton de papel calado. Luego seguian en fila: una vieja con un terrible cigarro; un hombre con el saco al hombro; una muchachita; otro hombre en calzoncillos y tirador de arpillera; otra mujer con un chico de pecho; otro hombre; otra mujer con cigarro, y un negro canoso.

Esta era la comitiva. Pero su significado resulto mas grave, segun fue enterado Howard. Aquello era El Divino, como podia verse por la palomita de cera forrada de trapo, atada en el extremo del estandarte. El Divino recorria la comarca en ciertas epocas curando los males. Si se daba dinero en recompensa, tanto mayor eficacia.

– ;Y el tambor? -pregunto Howard. -Es su musica -le respondieron. Aunque Howard y su ayudante gozaban de excelente salud, aceptaron

de buen grado la intervencion paliativa del Espiritu Santo. De este modo, fue menester que Howard sostuviera de pie al Divino, mientras el tambor comenzaba su piruetesco acompanamiento, y la comitiva cantaba:

Aqui esta el Divino
que te viene a visitar.
Dios te de la salud
que te van a cantar.
El Divino que esta ahi
te va a curar
y el senor reciba
mucha felicidad.
Santo alabado sea
el senor y la senora.
Que el Divino les de felicidad.

Y asi por el estilo. Claro es que, aunque Howard estaba exento de toda senora, la cancion no variaba.

Pero a pesar de la uncion medicinal de que estaban poseidos los acolitos, Howard vio muy claramente que estos no pensaban sino en la pandorga que sostenia el ayudante. La devoraban con los ojos, de modo que sus loas al igual de sus bocas abiertas estaban rectamente dirigidas a la estrella.

Jamas habian visto eso; cosa no extrana en aquellas tenebrosidades, pues mucho mas al sur se desconoce tambien esa industria. Al final fue menester que Howard recogiera la estrella y que la remontara de nuevo. La comparsa no cabia en si de gozo y lirico asombro. Se fueron por fin con un par de pesos que la portaestandarte ato al cuello del pajaro.

Con lo cual las cosas hubieran proseguido su marcha de costumbre, si al caer del segundo dia, y mientras Howard remontaba su estrella, no hubiera llegado de nuevo la procesion.

Howard se asusto, pues casualmente ese dia estaba un poco indispuesto. Pensaba ya en echarlos, cuando los sujetos expusieron su pedido: querian la cometa para hacer un Divino; le atarian la paloma en la punta. Y el ruido de los roncadores.

La comparsa sonreia estupidamente de anticipado deleite. Moririan sin duda si no obtenian aquello.

?Su pandorga, convertida en Espiritu Santo! Howard hallo la circunstancia profundamente casuistica. ?Tendria el, aunque agrimensor y fabricante de su cometa, derecho de impedir aquella como transubstanciacion? Como no creyo tenerlo, entrego el ser sagrado, y en un momento la comitiva ato la paloma a la estrella, enarbolo esta en una tacuara, y presto la comparsa se fue, a gran acompanamiento de tambor, llevando triunfalmente en lo alto de una tacuara la cometa de Howard y sus roncadores vibrantes, transformada en Dios.

Aquello fue evidentemente el mas grande exito registrado en cien leguas a la redonda: aquel brillante Divino con ruido y cola, y que volaba, o mas bien que habia volado, pues nadie se atrevio a restituirle su antiguo proceder.

Howard vio pasar asi muchas veces, siempre triunfante y otorgadora de bienes, a su pandorga celestial que echaba melancolicamente de menos. No se atrevia a hacer otra por algo de mistica precaucion.

Mas pese a esto, un dia un viejo del lugar, algo leguleyo por haber vivido un tiempo en paises mas civilizados, se quejo vagamente a Howard de que este se hubiera burlado de aquella pobre gente dandoles la cometa. -De ningun modo -se disculpo Howard.

– Si, de ningun modo… si, si -repitio pensativo el viejo, tratando de recordar que querria decir de ningun modo. Pero no pudo conseguirlo, y Howard pudo concluir su mensura sin que el viejo ni nadie se atreviera a. afrontar su sabiduria.