Anaconda, стр. 16

EL MONTE NEGRO

Cuando los asuntos se pusieron decididamente mal, Borderan y Cia., capitalistas de la empresa de Quebracho y Tanino del Chaco, quitaron a Braccamonte la gerencia. A los dos meses la empresa, falta de la vivacidad del italiano, que era en todo caso el unico capaz de haberla salvado, iba a la liquidacion. Borderan acuso furiosamente a Braccamonte por no haber visto que el quebracho era pobre; que la distancia a puerto era mucha; que el tanino iba a bajar; que no se hacen contratos de soga al cuello en el Chaco -lease chasco-; que, segun informes, los bueyes eran viejos y las alzaprimas mas, etcetera, etcetera. En una palabra, que no entendia de negocios. Braccamonte, por su parte, gritaba que los famosos 100.000 pesos invertidos en la empresa, lo fueron con una parsimonia tal, que cuando el pedia 4.000 pesos, enviabanle 3.500; cuando 2.000, 1.800. Y asi todo. Nunca consiguio la cantidad exacta. Aun a la semana de un telegrama recibio 800 pesos en vez de 1.000 que habia pedido.

Total: lluvias inacabables, acreedores urgentes, la liquidacion, y Braccamonte en la calle, con 10.000 pesos de deuda.

Este solo detalle deberia haber bastado para justificar la buena fe de Braccamonte, dejando a su completo cargo la deficiencia de direccion. Pero la condena publica fue absoluta: mal gerente, pesimo administrador, y aun cosas mas graves.

En cuanto a su deuda, los mayoristas de la localidad perdieron desde el primer momento toda esperanza de satisfaccion. Hizose broma de esto en Resistencia.

"?Y usted no tiene cuentas con Braccamonte?", era lo primero que se decian dos personas al encontrarse. Y las carcajadas crecian si, en efecto, acertaban. Concedian a Braccamonte ojo perspicaz para adivinar un negocio, pero solo eso. Hubieran deseado menos calculos brillantes y mas actividad reposada. Negabanle, sobre todo, experiencia del terreno. No era posible llegar asi a un pais y triunfar de golpe en lo mas dificil que hay en el. No era capaz de una tarea ruda y juiciosa, y mucho menos visto el cuidado que el advenedizo tenia de su figura: no era hombre de trabajo.

Ahora bien, aunque a Braccamonte le dolia la falta de fe en su honradez, esta le exasperaba menos, a fuer de italiano ardiente, que la creencia de que el no fuera capaz de ganar dinero. Con su hambre de triunfo, rabiaba tras ese primer fracaso.

Paso un mes nervioso, hostigando su imaginacion. Hizo dos o tres viajes a Rosario, donde tenia amigos, y por fin dio con su negocio: comprar por menos de nada una legua de campo en el suroeste de Resistencia y abrirle salida al Parana, aprovechando el alza del quebracho.

En esa region de esteros y zanjones la empresa era fuerte, sobre todo debiendo efectuarla a todo vapor; pero Braccamonte ardia como un tizon. Asociose con Banker, sujeto ingles, viejo contrabandista de obraje, y a los tres meses de su bancarrota emprendia marcha al Salado, con bueyes, carretas, mulas y utiles. Como obra preparatoria tuvieron que construir sobre el Salado una balsa de cuarenta bordelesas. Braccamonte, con su ojo preciso de ingeniero nato, dirigia los trabajos.

Pasaron. Marcharon luego dos dias, arrastrando penosamente las carretas y alzaprimas hundidas en el estero, y llegaron al fin al Monte Negro. Sobre la unica loma del pais hallaron agua a tres metros, y el pozo se afianzo con cuatro bordelesas desfondadas. Al lado levantaron el rancho campal, y en seguida comenzo la tarea de los puentes. Las cinco leguas desde el campo al Parana estaban cortadas por zanjones y riachos, en que los puentes. eran indispensables. Se cortaban palmas en la barranca y se las echaba en sentido longitudinal a la corriente, hasta llenar la zanja. Se cubria todo con tierra, y una vez pasados bagajes y carretas avanzaban todos hacia el Parana.

Poco a poco se alejaban del rancho, y a partir del quinto puente tuvieron que acampar sobre el terreno de operaciones. El undecimo fue la obra mas seria de la campana. El riacho tenia 60 metros de ancho, y alli no era utilizable el desbarrancamiento en monton de palmas. Fue preciso construir en forma pilares de palmeras, que se comenzaron arrojando las palmas, hasta lograr con ellas un piso firme. Sobre este piso colocaban una linea de palmeras nivelada, encima otra transversal, luego una longitudinal, y asi hasta conseguir el nivel de la barranca. Sobre el plano superior tendian una linea definitiva de palmas, afirmadas con clavos de urunday a estaciones verticales, que afianzaban el primer pilar del puente. Desde esta base repetian el procedimiento, avanzando otros cuatro metros hacia la barranca opuesta. En cuanto al agua, filtraba sin ruido por entre los troncos.

Pero esa tarea fue lenta, pesadisima, en un terrible verano, y duro dos meses. Como agua, articulo principal, tenian la limpida, si bien oscura, del riacho. Un dia, sin embargo, despues de una noche de tormenta, aquel amanecio plateado de peces muertos. Cubrian el riacho y derivaban sin cesar. Recien al anochecer, disminuyeron. Dias despues pasaba aun uno que otro. A todo evento, los hombres se abstuvieron por una semana de tomar esa agua, teniendo que enviar un peon a buscar la del pozo, que llegaba tibia.

No era solo esto. Los bueyes y mulas se perdian de noche en el campo abierto, y los peones, que salian al aclarar, volvian con ellos ya alto el sol, cuando el calor agotaba a los bueyes en tres horas. Luego pasaban toda la manana en el riacho luchando, sin un momento de descanso, contra la falta de iniciativa de los peones, teniendo que estar en todo, escogiendo las palmas, dirigiendo el derrumbe, afirmando, con los brazos arremangados, los catres de los pilares, bajo el sol de fuego y el vaho asfixiante del pajonal, hinchados por tabanos y bariguis. La greda amarilla y reverberante del palmar les irritaba los ojos y quemaba los pies. De vez en cuando sentianse detenidos por la vibracion crepitante de una serpiente de cascabel, que solo se hacia oir cuando estaban a punto de pisarla.

Concluida la manana, almorzaban. Comian, manana y noche, un plato de locro, que mantenian alejado sobre las rodillas, para que el sudor no cayera dentro. Esto, bajo su unico albergue, un cobertizo hecho con cuatro chapas de cinc, que enceguecian entre moares de aire caldeado. Era tal alli el calor, que no se sentia entrar el aire en los pulmones. Las barretas de fierro quemaban en la sombra.

Dormian la siesta, defendidos de los polvorines por mosquiteros de gasa que, permitiendo apenas pasar el aire, levantaban aun la temperatura. Con todo, ese martirio era preferible al de los polvorines.

A las dos volvian a los puentes, pues debian a cada momento reemplazar a un peon que no comprendia bien, hundidos hasta las rodillas en el fondo podrido y fofo del riacho, que burbujeaba a la menor remocion, exhalando un olor nauseabundo. Como en estos casos no podian separar las manos del tronco, que sostenian en alto a fuerza de rinones, los tabanos los aguijoneaban a mansalva.

Pero, no obstante esto, el momento verdaderamente duro era el de la cena. A esa hora el estero comenzaba a zumbar, y enviaba sobre ellos nubes de mosquitos, tan densas, que tenian que comer el plato de locro caminando de un lado para otro. Aun asi no lograban paz; o devoraban mosquitos o eran devorados por ellos. Dos minutos de esta tension acababa con los nervios mas templados.

En estas circunstancias, cuando acarreaban tierra al puente grande, llovio cinco dias seguidos, y el charque se concluyo. Los zanjones, desbordados, imposibilitaron nueva provista, y tuvieron que pasar quince dias a locro guacho, maiz cocido en agua unicamente. Como el tiempo continuo pesado, los mosquitos recrudecieron en forma tal que ya ni caminando era posible librar el locro de ellos. En una de esas tarde, Banker, que se paseaba entre un oscuro nimbo de mosquitos, sin hablar una palabra, tiro de pronto el plato contra el suelo, y dijo que no era posible vivir mas asi; que eso no era vida; que el se iba. Fue menester todo el calor elocuente de Braccamonte, y en especial la evocacion del muy serio contrato entre ellos para que Banker se calmara. Pero Braccamonte, en su interior, habia pasado tres dias maldiciendose a si mismo por esa estupida empresa.

El tiempo se afirmo por fin, y aunque el calor crecio y el viento norte soplo su fuego sobre las caras, sentiase aire en el pecho por lo menos. La vida suavizose algo -mas carne y menos mosquitos de comida-, y concluyeron por fin el puente grande, tras dos meses de penurias. Habia devorado 2.700 palmas. La manana en que echaron la ultima palada de tierra, mientras las carretas lo cruzaban entre la griteria de triunfo de los peones, Braccamonte y Banker, parados uno al lado de otro, miraron largo rato su obra comun, cambiando cortas observaciones a su respecto, que ambos comprendian sin oirlas casi.

Los demas puentes, pequenos todos, fueron un juego, ademas de que al verano habia sucedido un seco y frio otono. Hasta que por fin llegaron al rio.

Asi, en seis meses de trabajo rudo y tenaz, quebrantos y cosas amargas, mucho mas para contadas que pasadas, los dos socios construyeron catorce puentes, con la sola ingenieria de su experiencia y de su decision incontrastable. Habian abierto puerto a la madera sobre el Parana, y la especulacion estaba hecha. Pero salieron de ella con las mejillas excavadas, las duras manos jaspeadas por blancas cicatrices de granos, con rabiosas ganas de sentarse en paz a una mesa con mantel.

Un mes despues -el quebracho siempre en suba-, Braccamonte habia vendido su campo, comprado en 8.000 pesos, en 22.000. Los comerciantes de Resistencia no cupieron de satisfaccion al verse pagados, cuando ya no lo esperaban, aunque creyeron siempre que en la cabeza del italiano habia mas fantasia que otra cosa.